Republica Dominicana, La repentina muert3de Rubby Pérez durante una presentación dejó un vacío en el corazón del pueblo dominicano. Sin embargo, más allá del impacto por su partida, sus palabras y su forma de vivir resurgen como un legado de sencillez y humanidad.

En una entrevista reveladora concedida meses antes de su muerte, Rubby compartió una visión de la vida profundamente conectada con la naturaleza y los seres más humildes, alejándose del brillo del espectáculo para mostrarse como un hombre de alma serena.
Uno de los aspectos más entrañables de su vida fue su vínculo con Ignacio, un burro que consideraba su amigo. Para Rubby, este lazo no era motivo de burla, sino un reflejo de cómo el amor trasciende las especies.

Contaba con emoción cómo Ignacio lo acompañaba, lo esperaba y lo entendía. Esa historia, que algunos medios desestimaron, fue en realidad una lección sobre el respeto y la compasión por toda forma de vida.
Rubby se crió en la pobreza, pero fue rico en valores que aprendió de su abuela, quien le enseñó a hablarle a los árboles y a agradecerles antes de tomar sus frutos.

En su finca, jamás permitió que se talara un solo árbol. Amaba lo simple: cuidar gallinas, saborear un mango fresco, sentir la tierra bajo sus pies.
Su rechazo al lujo era claro; prefería la paz del campo al ruido de la fama, y su humildad lo mantenía enraizado a sus orígenes.


En sus últimos mensajes, Rubby dejó una reflexión poderosa: la felicidad está en lo esencial. Para él, Dios se encontraba en lo cotidiano —en una taza de café de leña, en la brisa de la mañana, en un árbol que da sombra.
Hoy, mientras el país despide a su voz más alta, queda su legado más profundo: el de un hombre que, con fe y ternura, nos recordó que la verdadera grandeza se encuentra en vivir con el alma limpia y el corazón en armonía con la naturaleza.