República Dominicana, Génesis Santos, fotógrafa forense, relata su experiencia tras el colapso en Jet Set. Documentó 225 cuerpos en 48 horas con dolor y humanidad.
Génesis Santos tiene solo 26 años, pero ha visto más muerte que muchas personas en toda su vida. Desde hace tres años trabaja como fotógrafa forense en el Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif) de República Dominicana.
Su labor es retratar cad4veres, herid4s y rastros que ayudan a explicar cómo murió una persona.Sin embargo, lo que vivió durante la tragedia en la discoteca Jet Set fue algo muy distinto. Algo que la marcó profundamente.
La madrugada del 8 de abril, cuando colapsó el techo de la discoteca Jet Set en Santo Domingo durante un concierto del merenguero Rubby Pérez, Génesis fue llamada de inmediato. El accidente dejó 226 personas fallecidas y más de 180 heridas. Fue una tragedia nacional, y ella tuvo que estar allí desde el inicio.
“Después de que pasen varios días voy a necesitar un psicólogo o un terapeuta”, dijo con voz temblorosa. “Porque también participé en la explosión de San Cristóbal, y esto no se asemeja. Fue un impacto muy duro, al menos para mí”.
Génesis fue la única fotógrafa forense activa en el momento de la tragedia. Junto con el equipo médico legal, se enfrentó al gran reto de realizar 225 autopsias en menos de 48 horas. El objetivo era que las familias pudieran recibir pronto a sus seres queridos y darles el último adiós.
Ella dormía solo unas pocas horas.Trabajaba más de 18 horas al día, saliendo del instituto pasada la medianoche y regresando al amanecer. Al tercer día, su cuerpo no aguantó más. “Colapsé emocionalmente. Me puse a llorar al ver tantas muertes, tantos familiares desesperados esperando un cuerpo… fue muy fuerte. Nunca en mi vida había visto cosas así”.
Muchos de los cuerpos estaban gravemente golpeados, especialmente en la cabeza. Eran personas que, segundos antes, estaban bailando y disfrutando. El ministro de Salud Pública explicó que “la mayoría murió instantáneamente, porque el trauma craneoencefálico severo era incompatible con la vida”.
Génesis, bajita de estatura, necesitó un banquito para alcanzar la mesa donde se hacían las utaopsias. “Las hacíamos de cinco en cinco”, recordó. En medio del dolor, también ayudaba a los familiares que llegaban preguntando por sus seres queridos. “Yo les decía: ‘Sí, está aquí. Venga a hacer los trámites de la autopsia’”.
Ella no solo trabajó sin descanso, también vivió con el corazón partido. Su hija de dos años preguntaba por ella todos los días. “¿Dónde está mi mamá?”, decía a su tía. Pero Génesis no podía verla, ni abrazarla. Su hija también tuvo que sacrificar la presencia de su madre por una tragedia que no entendía.

Esto fue diferente. En San Cristóbal eran osamentas, cadáveres ya descompuestos. En esta ocasión eran personas. Cuerpos que todavía parecían tener alma”, expresó.
También agradeció a quienes llevaron comida al equipo forense. “Gracias a ellos no pasamos hambre. Fueron días en los que hasta comer parecía un lujo”.
Ahora que el proceso ha terminado, Génesis intenta respirar con más calma. “Estoy un poco aliviada de que culminamos el proceso. Solo queda hacer entrega de los cuerpos, para que cada doliente pueda dar el último adiós a su pariente”.
Ella sabe que necesita ayuda emocional y descanso. Pero también sabe que volverá a su trabajo. Porque su misión es importante. Porque alguien tiene que darles nombre y dignidad a los muertos. Pero en esta ocasión, algo dentro de ella también cambió. Algo, quizás, también murió.
Por Jazmín Díaz